miércoles, 22 de febrero de 2017

La historia de mi viaje a Sevilla



Esta aventura del maratón de Sevilla, comenzaba hace ya muchos meses, cuando pocas semanas después de acabar el maratón de Madrid del 2016 y en mitad de ese periodo de alimentarnos de nuevos retos tras conseguir un objetivo, apareció la idea del maratón de Sevilla.

Sin mucho dudarlo, sacamos dorsal, alojamiento y como quedaban 9 meses para la prueba, y el AVE aún no se podía comprar, miramos la posibilidad de ir en avión, los precios eran asequibles, así que completamos el viaje al completo.

Pocos meses después de tener el viaje cerrado, mi vida personal daba un giro inesperado e intenté cambiar el titular del billete de Irene, que lógicamente ya no me acompañaría, pero Iberia no permite cambiar el nombre de las personas de una reserva, ni siquiera con algún tipo de sobrecoste y tampoco cancelar el billete. Así que dinero tirado a la basura, como el de mi próximo viaje a Atenas en Semana Santa. Es vergonzoso que Iberia no permita hacer una gestión de este tipo, cuando incluso Ryanair te lo permite. Y más indignante es cuando terminan colocándote a tu lado en el avión, en el asiento de tu acompañante que has pagado con tu bolsillo, a otro viajero. Pero bueno eso es otra historia.

Tras mucha espera, cambios, entrenos, marcas, metas, quedadas para prepararlo todo…llegó este fin de semana.  Viajaba con mi hermano, mi cuñada, Jose, David, (los runners) y la mujer de David. Aunque a Sevilla también irían cinco villanos, José, Nati, Carlos, Verdeal y Edu, más otros conocidos como David Cortés, Somolinos, Nikol, Beja o los hermanos Cerro.

El fin de semana prometía y no nos defraudo, ya la noche del Viernes, paseando por el centro histórico, la Torre del Oro, la Catedral, la Giralda, poniéndonos hasta arriba de raciones sevillanas, disfrutando de la ciudad e inspeccionando el kilómetro 38 de la carrera, pintado en la calzada, junto a una línea verde, que marcaría nuestra carrera, día y poco más tarde. De camino al hotel junto al Sanchez Pizjuan, paseamos por la impresionante plaza de la Encarnación y la faraónica obra conocida como “Las Setas”.

 

A la mañana siguiente, nos levantamos pronto y corrimos un par de kilómetros alrededor del estadio sevillista; la gran cantidad de atletas, habituándose al horario, nos encontramos durante las primeras horas de la mañana.



De allí a la feria del corredor, el espíritu del maratón se empieza a palpar, todo el mundo habla de la carrera, de si lloverá o no lloverá, de la gente animando. Sientes nervios, emoción, quieres que llegue ya el momento, ya tienes tu dorsal, solo falta el pistoletazo de salida.

 
La mañana del sábado, hacia un día primaveral en Sevilla, en la plaza de España, paseamos en mangas de camisa y atravesando el parque de Maria Luisa, cogimos el paseo paralelo al rio,  hasta llegar a los pies de la Torre del Oro y la Maestranza, más tapas por el centro y la primera carga de hidratos del día, tras encontrarnos con mi amigo “Buitre”, que venía a correr su primera maratón.



Por la tarde, mi hermano Gaspar y yo, nos fuimos a ver a nuestra familia sevillana, fue fabuloso compartir un rato con ellos y ver las fotos de mi tío, entrando en meta de varias maratones de Sevilla, cuando eso de la fiebre del running aún no se había convertido en plaga por la sociedad.


Antes de cenar, hice lo posible por encontrarme con mis villanos y seguimos cargando hidratos antes de dormirnos, qué difícil es conciliar el sueño antes de una maratón, apenas dormimos 4 horas, entre nervios e incertidumbre.

Era muy de noche cuando salimos en dirección al autobús lanzadera, que nos llevaría a la salida. Fuimos juntos tanto mi grupo de runners como los villanos y tras un caótico paseo turístico, en el que no terminábamos de llegar al estadio, el autobús nos dejaba en medio de una rotonda, a dos kilómetros del ropero, al que llegamos casi sin tiempo para despedirnos, dejando nuestras bolsas deprisa y corriendo y yendo como podíamos a la salida.


Por suerte, entre la multitud, me encontré con Carlos y Verdeal, y compartí con ellos el calentamiento hasta nuestros respectivos cajones. Poco quedaban para las 8:30, el momento había llegado, por delante 42km.

Mi idea de carrera era salir entre 4:15 y 4:20, lo que sería acabar la carrera entre las 3h00 y las 3h05, me fui conteniendo mucho los primeros kilómetros, en los que vi como el globo de las tres horas se escapaba y Verdeal me alcanzaba, compartí con él unos metros y pensé muchísimo en compartir con él la carrera, pero quería mi así que deje que se escapara en el horizonte. 

De la primera parte del recorrido, fue vibrante atravesar el rio Guadalquivir (realmente es el canal Alfonso XIII) sobre el puente del San Telmo, junto a la Torre del Oro, esa curva está repleta de gente. Poco después distingo entre el bullicio a los padres de Jose animándome. Paso el primer 10k en 43 minutos, me siento muy bien y decido, intentar hacer todos los kms siguientes a 4:15, pero sin emocionarme. 

Por el Km 17, sabía que estaría mi cuñada Cristina animando, como voy según el horario previsto, dudo por un momento que haya llegado al punto acordado, pero la distingo a lo lejos, siempre es un momento especial cuando alguien te anima, ese es el mejor avituallamiento.

Los siguientes kilómetros hacía la media maratón son muy monótonos, desde la estación de Santa Justa, te sacan de la ciudad por una interminable recta. El paso por mitad de la carrera, unos segundos por encima de 1h30, sigo sintiéndome bien, así que aguanto el ritmo. La mitad de la carrera ha pasado y todo está saliendo como tenía pensado.

De camino al km 30, volvemos a pasar por la zona de mi hotel, allí está otra vez mi cuñada animando, en esos kilómetros, en los que el ritmo seguía constante, me llevo un pequeño susto, en un avituallamiento, me entra bebida isotónica en los ojos, por unos metros corro a oscuras, con una sensación de mareo, como si me fuera a derrumbar de un momento a otro, pero no me detengo y el mareo se difumina, entre cada zancada.

Rumbo al Villamarin, doy caza a Verdeal, le veo tocado, pero no hundido, nos saludamos, y continúo mi viaje. Tenía el campo del Betis, como un hito vital en la carrera, ya que era el punto más lejano hacía la meta, ya solo quedaba volver.. En la interminable recta del Paseo de la Palmera, hay bastante viento y pierdo algunos segundos en cada kilómetro, ya empiezo a hacer las cuentas de la vieja en mi cabeza, si consiguiera ir un poco más rápido del 4:15 aún podía intentar las sub3 horas, estoy cansado, pero aún tengo fuerzas. En el Parque de Maria Luisa, hay un avituallamiento en el que demasiada gente se para, pierdo algo de ritmo y siento como ya no es fácil volver a cogerlo, las cuentas las empiezo a hacer al revés, bueno David, no pensabas que ibas a correr un maratón sin sufrir… aprieto los dientes, atravieso la Plaza España, con los pelos como escarpias y me tomo mi último gel.



Cada vez me cuesta mirar más al frente, recuerdo el andén del tranvía, pero apenas levanto la vista, para ver la catedral, siento que hay gente animando, pero no me lleva en volandas, ya no miró adelante, paso el km 38 que habíamos visitado el viernes, sólo quedan 4 y aún puedo seguir corriendo a buen ritmo, pero es imposible luchar por bajar de 3 horas, si hubiera salido un pelin más rápido, pienso.. Temía mucho la zona de adoquinado del centro, si bien es en otra calle, de camino al Puente de la Barqueta, cuando el dolor en los gemelos por el adoquinado comienza a ser importante, vamos David, que ya no queda nada. Voy a adelanto a algún zombie y recuerdo mi sufrimiento en Madrid, del año pasado y que con la poca distancia que queda, pasase lo que pasase, iba a hacer un tiempazo, encaro los últimos kilómetros, que ya habíamos paseado por la mañana tras bajarnos del bus, veo el estadio, me voy dejando llevar, me emociono, bajo la rampa del túnel que nos introduce al estadio, es como que me arrancan las piernas, vaya bajadita a oscuras a estas alturas… encaro los últimos metros, al pasar por el km 42, las lágrimas de emoción inundan mi rostro, el eco de la gente animando es impresionante, estoy feliz, levanto los brazos y cruzo la meta.


La sensación de satisfacción es increíble, me dan mi medalla y exploto, todas esas emociones de tristeza, de pena, de dolor, salen a luz, incontroladas, rodeadas de una felicidad única, es difícil de explicarlo.


De allí, comenzó la verdadera penuria del maratón, hasta que no tomé algo de comer, estaba mareado, apenas podía ver más allá de dos metros, lo veía todo azul, una procesión de zombies en el interior del estadio. No podía caminar, me dolía el estómago. Me empecé a encontrar con caras conocidas, unos más contentos que otros, unos más muertos que otros, pero todos héroes. 

Y volvimos al hotel, entre felicitaciones por el whatsapp, asimilando lo que había hecho, exhausto no solo físicamente, sino también mentalmente. Cuando nos habíamos repuesto un poco y cada cual había seguido su particular calvario, hasta el hotel, el aseo, la ducha y las escaleras, los runners no fuimos a darnos un homenaje a un argentino, donde degustamos buena carne. 

El colofón a un fin de semana especial e inolvidable.