Este verano decidimos pasar unos
días por Galicia, zona que Irene no conocía y yo solo gracias al camino de
Santiago, así que tras Kilómetros y kilómetros de coche y toparnos con algún
incendio, pudimos adentrarnos en una tierra fabulosa con un gran patrimonio,
grandes paisajes y mejor comida.
Santiago de Compostela, meta para miles de peregrinos que realizan
el camino año tras año, es un lugar único, caminar por su centro histórico, ya
sea por una calle o por otra, llegues a una plaza u otra, es una experiencia
encantadora. Lástima que este verano la fachada principal de la catedral
estuviera en obras, no pudiendo disfrutar de la belleza de la plaza del
Obradoiro, como nos hubiera gustado.
Finisterre, el final de la tierra, es un lugar místico, de
reflexión, sus acantilados y las olas rompiendo…un sitio único que te hace
mirar más allá de tus ojos.
Rias Baixas, el viaje nos llevó hasta Pontevedra, capital de rías
bajas, una ciudad muy acogedora, que nos encontramos en fiestas, su centro
histórico y los puentes sobre el rio Lérez,
son increíblemente bellos y bien merecen una visita.
Desde Pontevedra, partimos para
realizar varias visitas, como la Sanxenxo,
con una playa que parecía Benidorm de la gente que había, pero que fría el
agua…
Entre todas las visitas, una, la
de las Islas Cíes, un verdadero
paraíso, unas playas de ensueño, con una arena super fina y un color de agua
azul de película. Es una de esas joyas que tenemos en España y no siempre
sabemos valorar. Las rutas que puedes hacer por la isla, te llevan a contemplar
la majestuosidad del lugar.
Y así entre calamares, paisajes,
la sensacional cena en Moaña con Fran, (amigo de Irene de baile), con sus
navajas, pulpo, vino y las increíbles vistas hacía Vigo, el parking,… en fin
muchos momentos que se suman a la lista de recuerdos de nuestra vida.