Estas
palabras son la crónica de un viaje inolvidable visitando Atenas, en una
delgada línea entre lo que fue y ya no es y lo que pudo haber sido y no será.
Siempre recordaré la primera vista que tengo de
Atenas al salir del metro de Thisio; el Acrópolis coronando el horizonte; una
corriente de emoción recorrió todo mi cuerpo, al sentirme en una zona tan
emblemática.
Para alojarme había elegido como en Copenhage un
hostel, en este caso mucho más familiar, pero muy cómodo, bien ubicado y con un
intercambio cultural increíble que es una de las experiencias necesarias cuando
haces viajes de este tipo. Su nombre Chameleon Youth Hostel.
En apenas dos minutos tenía el paseo que bordeaba
una de las faldas de la montaña del Acrópolis así que las primeras horas las
dediqué a ubicarme, con el mapa en mis manos (único momento que el mapa fue
necesario en todo el viaje, dado que en Atenas es muy fácil orientarse). Rodee el
Acrópolis, llegué a la plaza Sintagma, con el palacio real al lado e hice ni
primera intrusión disfrutando de la cocina griega, probando un gyros de cerdo.
Algo tenía Atenas que me estaba enganchando y lo mejor aún estaba por llegar.
El segundo día por Atenas fue fabuloso, tenía una
reserva en un tour gratuito a primera hora de la mañana. Acompañados de
Dimitri, un nutrido grupo de españoles y castellano hablantes nos adentramos en
la historia griega, gracias a las sapiencias de nuestro guía. Recorrimos el barrio de Plaka, disfrutando de
su tranquilidad en pleno centro de la ciudad y penetrar en Anafiotika, una
pequeña zona justo en una de las faldas del Acrópolis, con callejuelas y
casitas de color blanco y ventanas azules. Un oasis en mitad de la ciudad, como
si estuviéramos en una isla.
El tour fue fabuloso, Dimitri no solo nos llevo
por los puntos más característicos también nos aconsejó sobre que merecía la
pena visitar, también sobre la comida cuánto era lo normal pagar, que
ingredientes llevaba esto o aquello, y alguna que otra lección filosófica como
aquella de "compramos aquello que no necesitamos, con un dinero que no
tenemos para impresionar a una gente que en la mayoría de casos ni
conocemos" todo un crack y gran recuerdo haber pasado estas más de tres
horas de un tour en el que se pagaba la voluntad. Ese día comí con un grupito
de españoles que estaban haciendo la ruta Sofía, Atenas, Roma, como nos pusimos
comiendo en una clásica taberna griega muchos de los platos característicos
griegos, todo riquísimo.
Esa tarde Atenas me terminó de enamorar. Subí a
la colina de Licabeto y contemplé toda la ciudad desde las alturas. Un sin fin
de casas se abrían paso en todo el horizonte, desapareciendo entre las montañas
y el mar. Fue precioso contemplar la puesta de sol, un lugar mágico, idílico.
El tercer día era el elegido para entrar dentro
de la historia, visité todas las ruinas del Acrópolis, el Partenón y si, son
ruinas pero se respira una grandeza únicas. Fuera del Acrópolis, la zona que más
me gustó fue el Ágora Antigua donde se encuentra uno de los templos mejor
conservados con la mismas características que el Partenón, el Templo de Hefesto.
Una mañana en la que patee bien la ciudad, penetrando en su historia y tras
acabar para reponer fuerzas me comí mi primera musaka, plato típico griego.
Por la tarde hice una excursión hacia el Cabo Sunion,
donde se encuentra el Templo de Poseidon y desde donde contemple una puesta de
sol aún más impresionante que la del día anterior, mereció la pena el largo
paseo en bus por toda la costa ateniense a lo largo del golfo sarónico.
El cuarto día visite la zona del Pireo, donde
atracan las megacruceros. El Pireo en si no me gustó, una serie de calles con
tiendas de souvenirs intentando cazar al turista, mucho ruido, coches, estrés,
que contrastan con la tranquilidad del centro de Atenas. De vuelta me pasee por
el estadio del Olimpiakos y me relaje en una playita cogiendo el tranvía hacia
la zona de Glyfada.
Esa tarde viví uno de los momentos más memorables
de todo el viaje visitando el estadio donde se disputaron los primeros juegos
olímpicos de la era moderna, construido en la misma zona de los juegos
antiguos, una maravilla con un imponente graderío de mármol y mientras daba la
vuelta a la pista lo que cualquiera pensaría que se trataba de una salida del
estadio era una cavidad, un pasadizo que cruzaba la montaña en la que se
encuentra encajonado el estadio y que comunicaba con el otro lado y albergaba
la sala de prensa y un museo con los carteles oficiales de todos los juegos. A
los que nos gusta el deporte en general y el atletismo en particular se nos
viene a la cabeza lo que debe ser entrar en ese estadio en un maratón,
buff. Este pequeño vídeo reúne un poco todas las sensaciones de ese
ratito en el estadio Panatinaico.
Y poco antes del anochecer, subi al monte
Filopapos, sin duda el mejor lugar para fotografiar el Partenón, porque aunque
no tenga tanta altura como Licabetos, se encuentra mucho más cerca de la
Acrópolis.
El quinto día tenia contratado un crucero por
varias islas griegas, no sé si porque tenía unas altas expectativas en esta
excursión o por la razón que fuera, no cumplió mis expectativas, supongo que
porque no conjugo mucho con los aires de grandeza que rodean todo el tema de
los cruceros. Pero para mí el todo vale y un día es un día para pagar más y más
dinero por cosas que no tienen el valor que te hacen pagar no encaja conmigo. Y
si que es verdad que te recogen en tu hotel, te llevan a tres islas, te dan de
comer y regresas a tu hotel unas 14horas después por poca más de 100€. Pero
para mí un todo incluido en español es eso, todo y español. Eso parecía la ONU,
si que los miembros de la tripulación hablan español pero no era lo esperado y
que claro, en el todo incluido no están incluidas las excursiones de cada isla
y sinceramente que te cobren 20€ por un paseo de una hora no lo veo, eso, o que
en la comida las bebidas se pagarán a precio de un riñón porque la escasa
variedad de comida estaba incluida en el todo, pero la bebida iba aparte.
Lógicamente al final en parte caes en ese juego del todo vale..en el que te
llevan como corderitos de un lado a otro.
De las islas la que más me llamó la atención fue
la primera. Hydra. Una curiosa isla en la que no se usaba el coche privado y la
gente aún se movía en burro. Me encantó pasear por sus callejuelas, ir hacía un
lado y otro del puerto, contemplar las pozas donde se bañaba la gente, en fin
un buen lugar para perderse.
La segunda isla, fue Poros, en la que apenas
estuvimos un rato, no pudiendo más que contemplar las vistas desde la Torre del
Reloj, punto más alto de la isla.
Y por último, Egina, conocida como la isla de los
pistachos, ya que la mayor parte de la isla se dedica a la plantación del árbol
que da como fruto los pistachos, en su interior visitamos el monasterio de San
Nectario, pero no hubo opción de conocer el Templo de Afaya, que forma el
conocido tríangulo sagrado, junto con el Partenón y el Templo Poseidon de Cabo
Sunion.
A la vuelta a Atenas, a disfrutar de la última
cena griega, pasear por la animada zona del Monasteraki y contemplar como la
luna llena aparecía entre la Acrópolis, la mejor manera de despedirme de la
noche ateniense.
Y llegó el sexto y último día de mi aventura, aún
quedaban las últimas fotos desde el Areopagos, la colina de Ares, lugar de
peregrinación, donde el apóstol San Pablo llegó para extender el cristianismo.
Y tras los últimos paseos, entre Anafiotika, Plaka, las tiendas de recuerdos,
llegó el momento de la despedida de esta ciudad que me ha dejado encandilado.
Este viaje era muy especial para mí, no es fácil
viajar solo y más cuando el origen de esta aventura tenía otra meta muy
distinta a la vivida finalmente. Pero ha merecido la pena, ha sido una
experiencia fabulosa, conocer la historia griega, y algo de su mitología,
descubrir que los griegos son muy parecidos en costumbres a nosotros, ya sea
por las horas de luz o por la dieta mediterránea. Ay! lo bien que bien he
comido estos días, el primer viaje que no he tenido la necesidad de acabar en
un italiano o en el McDonald de turno,
porque los platos griegos estaban riquísimos, la Musaka, los Gyros, Pastitsio,
cualquier verdura a la plancha, rebozada o rellena, y los yogures, con miel,
frutas, nueces, … un sinfín de platos y todos riquísimos, con sabores
originales, sin especias que adulterasen la naturaleza de nada.
Han sido tantos los recuerdos, he conocido a
tanta gente, he compartido tantos momentos y sobre todo viajando de esta
manera, he estado acompañado de la una única persona que nunca nos falla, uno
mismo. Mi soledad y yo, en un viaje en Atenas inolvidable, penetrando en la
historia de un imperio y en la historia de uno mismo, lo que fue y ya no es y
lo que pudo haber sido y no será.