He necesitado que pasasen unos
días, para digerir lo que ocurrió en el Maratón de Berlín, el pasado 26 de septiembre,
y así poder darle valor a lo que hicimos.
No salió el maratón soñado, pero
dada las circunstancias debo estar orgulloso del trabajo realizado durante
estos cuatro meses atrás de preparación, con mucho calor, humedad, con casi la
totalidad de entrenamientos en solitario, en medio de vacaciones, compromisos
personales, los dolores en los Aquiles al comenzar casi cualquier sesión, la
falta de competiciones y para más inri la caída y operación de mi padre solo
unos días antes de la prueba. Una serie de adversidades que no me hicieron
tirar la toalla y mantener la ilusión hasta el final.
Este viaje lo llevábamos preparando
desde mucho antes del Covid, un sueño en el horizonte en el que nos hemos
agarrado durante tantos meses de confinamiento y privación de nuestras
libertades, que, aunque no saliera como nos hubiera gustado, nos sirvió durante
muchos momentos para mirar adelante y solo por eso ya teníamos una motivación
que en tiempos de pandemia sin saberlo nos dio la vida.
El objetivo no era hacer mi mejor
marca en maratón, era bajar de 3h de nuevo, acompañado de mi amigo Buitre y
puedo decir sin ningún tipo de tapujos que lo intentamos, pero no fue el día
Salimos a ritmo de 4:10 y
realmente me sentía cómodo corriendo, pulsaciones estables, sin giros bruscos,
sin agobiarnos por alcanzar el globo de 3h, los kilómetros pasaban, la primera
parte hacía mucho calor, más de lo esperando, pero no era excusa viniendo de
donde veníamos. La calculadora que tengo en mi cabeza me hacía ver, que aunque
en Garmin el ritmo era el correcto, cada 5-6km, perdíamos unos 10 segundos,
respecto a lo que nos hubiera gustado, pero bueno un maratón es largo y tampoco
teníamos que desesperarnos, me sentía seguro y las piernas estaban bien.
La media maratón nos hubiera
gustado pasarla en 1h28:00, pero ese retraso acumulado que comentaba ya nos
hizo pasar en 1h28:40, aproximadamente. Me acuerdo como le dije al Buitre, “vamos
justitos para bajar de 3h que la segunda parte siempre cuesta más y no tenemos
mucho margen”. Ese fue el primer mensaje negativo que me lancé, era realista sí,
pero no teníamos motivos para considerar que no pudiéramos hacerlo, pero solté
esas palabras.
Poco después en el kilómetro 24,
me tocaba tomar gel y es normal perder unos segundos, como se pierden en
cualquier avituallamiento, pero igual que en los kilómetros previos, aprietas
un poquito y vuelves a sacar el kilómetro al ritmo objetivo, en este
directamente mi cabeza dijo hasta aquí, y le solté al Buitre, “tira tú, que no
es el día para que baje de 3h”, sinceramente pensaba que podría lastrarle,
porque me sentía que había llegado peor preparado que él y quería que al menos
uno consiguiera su objetivo.
Las primeras horas después del
maratón me sentí muy decepcionado conmigo mismo por ese momento, porque sin
llegar a sufrir, sin haber un solo momento que las pulsaciones fueran más altas
de lo normal, que sintiera algún dolor, que viniera el tio del mazo, o que el
muro del maratón me aplastara, sin nada de eso, simplemente mi cabeza decidió
que no era el día de apretar los dientes y sufrir un poco.
Posteriormente, entendí que por
unas cosas u otras llegué al maratón muy tierno emocionalmente, y que en una
prueba como esta, la cabeza tienes que tenerla igual de entrenada que las
piernas, incluso diría que más. No era mi caso.
Bajando solo unos segundos el
ritmo, de los 4:10 a unos 4:20, mis pulsaciones que se habían mantenido
estables y aún lejos de mi umbral de lactato, bajaron, lo que me hacen ver que
aún tenían piernas, quizás no para hacer mi mejor marca, ni quizás bajar de las
3h, pero no para vivir todo lo que pasaría desde entonces.
En torno al kilómetro 27, veo
aparecer en el horizonte de nuevo a mi colega, andando, lo primero que pensé “como
puede ser tan inútil de estar esperándome”, cuando me pongo a su altura, me
dice que le ha dado un calambre, y ocurre el siguiente me momento que mi
cabeza, va por el camino incorrecto, tirando totalmente la carrera, parando
para ir al servicio y diciéndole que ya iríamos juntos a meta.
Tras esta primera parada, el
ritmo ya bajó considerablemente, rodando por debajo de 5, con miedo de lo que podía
pasar, porque aún quedaban uno 14-15 kms por delante. En estas que le digo, “venga
que si seguimos a este ritmo, no bajamos de 3h, pero haces marca holgadamente”,
él tenía 3h08 de Valencia, y en un par de kilómetros parece que conseguimos
reconducir nuestra cabeza hacia un nuevo objetivo.
Sin embargo, otro calambre, nos detuvo
de nuevo, él tenía la facilidad de parar, que se le detuviera el calambre y
volver a correr con cierta normalidad, pero yo cada vez que me paraba, me
costaba más y más correr, estaba más y más engarrotado y me sentía corriendo
como un soldadito.
Así fueron pasando los kilómetros,
con un corre anda, frustración, rabia y alguna lágrima que se me escapaba por
no estar disfrutando del día que esperaba. Pero lo peor estaba por llegar
cuando otro nuevo calambre deja a mi amigo, tirado en el suelo, me quede
inmóvil no sabía que hacerle, otro atleta le levantó una pierna, y un hombre
que estaba sentado en una parada de bus, le masajeo los muslos, yo la verdad me
quedé totalmente bloqueado.
Desde allí a meta, me parece que
no volvimos a correr, cualquier intento de hacerlo, duraba solo unos metros,
porque estaba totalmente acalambrado.
Había soñado muchas maneras de
llegar a la Puerta de Brademburgo, pero ninguna de ellas, era llegar andado
como finalmente nos tocó hacer, resignados, derrotados, tristes.
Ahora con el paso de los días, me
doy cuenta del valor de volver a terminar un maratón, mi noveno, y eso en sí ya
es un éxito, que lo terminé junto a la persona que comenzó toda esta historia,
mi amigo Javier Hernández Fernández, “Buitre”. Que no estamos contentos, pues
no, porque ambos tenemos un nivel de auto exigencia altísimo, que nos ha hecho
estar donde estamos, en la vida, en el trabajo y en el deporte, y que, de este
tipo de derrotas, nos ayudan a aprender para el futuro y sobre todo para no rendirnos.
Hay cosas más importantes que las
marcas, una de ellas sin duda la amistad. Y cuando pasen los años podremos
decir, yo corrí el Maratón de Berlín, uno de los maratones más importantes del
mundo y lo acabé junto a un amigo. Este momento siempre estará en mi recuerdo.
Sobre el maratón en sí, me
gustaría añadir que Berlín es una ciudad fabulosa, que pudimos disfrutarla
antes, durante y después del maratón, que comimos muy bien, que el recorrido es
muy llano, pero sinceramente me quedo con Valencia, se puede correr más, hay
más ambiente, mejores avituallamientos, mejor bolsa del corredor. En Berlín
todo es dinero, dinero y más dinero, es un negocio increíble, desde el primer
momento, conseguir el dorsal, el viaje, la camiseta de la carrera, todo. Demasiado
precio, si lo comparas en términos de calidad. No hubo un elemento que pudiera
catalogar como extraordinario en la organización de la prueba, que justifique
lo que se paga por correr en ella, simplemente la demanda que existe por acabarla
y convertirte en “finisher” de unos de los seis maratones Major. Un turismo
deportivo, que respeto, pero que una vez vivido desde dentro no termino de
compartir.
Y bueno esta es mi historia del
maratón de Berlín, una experiencia distinta a la esperada, pero que sin duda
guarda momentos inolvidables que cada día que pasan les doy la importancia que
se merecen.