Hasta ahora, nunca había hecho un
viaje de esquí, mi única experiencia con unos esquís, se resumía a una
excursión de unas horas hace muchos años a Valdesqui, en la que apenas había
aprendido nada y había sentido que los deportes de nieve, eran caros,
peligrosos y destinados para un grupo acomodado de la sociedad.
En estos años, con operaciones de
rodillas incluidas, sentía que no tenía la necesidad de exponerme a sufrir una
nueva lesión, en definitiva, me daba miedo ir a esquiar por lo que pudiera
pasarme.
Pero este año, un día de camino a
las pistas de atletismo de Azuqueca donde entreno, vi un cartel de una
excursión que organizaba la concejalía de Juventud, por sólo 300€, incluía,
viaje en autobús a Pirineos, alojamiento 4 noches, pensión completa, (incluida
la comida caliente en pista), ocho horas de curso de esquí y el acceso a las
pistas de Panticosa, durante cuatro días.
Ya no tenía la excusa del dinero,
solo el miedo a una posible lesión me podía quitar las ganas de una nueva aventura,
pero los miedos hay que superarlos así que me apunté al viaje.
Al llegar al Ayuntamiento, de
donde partíamos, alguna cara conocida, pero de la totalidad del grupo, ni la
mitad tenía una relación directa con Azuqueca. Una lástima, que no se hubieran
animado más jóvenes de nuestra localidad, porque el viaje estaba muy bien
organizado. Seguro que el año que viene con la buena experiencia vivida por los
que fuimos, solo por el boca a boca, se animará más gente.
Una vez allí, el ambiente
perfecto, aprendí lo que es ponerse unos esquís, la sensación al andar con las
botas, el follón de ir de un lado a otro con el material, donde colocar el forfait,
tener muy claro donde dejas un guante, el casco o las gafas (es tan fácil
perder algo…) y sobre todo aprendí a dejarme caer.
Al principio hasta la pista más
llana, te parece un mundo, no sabes frenar, tiendes a chocarte con cualquiera
en las peloteras que se montan en la cinta que te devuelve arriba y tú única preocupación
es no caerte.
Poco a poco, te vas sintiendo más
suelto, ya sabes frenar, haciendo la famosa cuña, empiezas a hacer giros y la
pista se te empieza a quedar pequeña, porque la pendiente de esta primera pista
donde estábamos todos los aprendices era lo que era. Tras el primer día de
curso, empiezas a tirarte por pistas un poco más complicadas, sufres las
primeras caídas o más bien te tiras cuando no controlas la velocidad.
El segundo día, empiezas a
fliparte, y ahí es donde está el peligro de este deporte, empiezas a ir a
sitios que aún no eres capaz de bajar, pero disfrutas al salir de tu zona de
confort, coges los primeros telesillas, alguna percha y te quedas encandilado
por el entorno paisajístico, los valles, los glaciares, los ibones helados, una
desconexión total de tu día a día.
El tercer día, saboreas este
deporte, la mayor parte de las pistas azules las puedes hacer sin ningún
problema, te lo pasas en grande.
Y el último día te quedas con
ganas de más, lo intentas aprovechar al máximo, pero todo lo bueno se acaba,
sano y salvo, un miedo menos.
Pasado unos días, tengo la
sensación que el esquí mola, pero practicarlo después de un maratón no es lo
más aconsejable. Además cuando aprendes vas siempre tan en tensión, que sufres
demasiado muscularmente y una semana después aún tengo molestias en los
aductores.
Sin embargo a pesar de los
dolores, las sensaciones del viaje son muy positivas, la gente, los momentos en
el albergue, esas habitaciones comunicadas por arriba, el agua, las cenas, los
ratitos de cervezas o los bailes de la última noche. Una nueva experiencia más
a sumar a este año 2017.
Me alegro que hayas superado esa primera mala experiencia, disfruta de los inicios, luego hay una etapa intermedia que no se avanza casi y resulta mas desesperante, al menos para mí. El año que viene me apunto a ese viaje��
ResponderEliminar