Tras dejar nuestras cosas en el hotel
Alfonso IX que nos daría cobijo esa noche y de recoger el dorsal
para la carrera del día siguiente, comenzamos la visita de la
ciudad. Comenzando desde la impresionante Plaza Mayor, una alargada
plaza, con una serie de soportales a uno lado, el comienzo de la
ciudad histórica al otro y el ayuntamiento en uno de los extremos,
con un ambiente impresionante lleno de gente y de terracitas que
aprovechaban el buen día que hacía.
Las calles adoquinadas del casco
histórico, son realmente preciosas, comenzando en el Arco de
Estrella y pasando por un patrimonio riquísimo, lleno de iglesias,
torres y plazas que sinceramente me sorprendieron, porque no esperaba
encontrar tanta belleza, la plaza de San Mateo, las escaleras en la
plaza de san Jorge, un subí baja, de calles llenas de historia.
Tras fotos, comidas, una leve siesta,
tapitas, visita a museos y al conservado Aljibe, el día fue
avanzando y con la noche poco a poco nos fuimos a descansar para
coger fuerzas antes de la media maratón que teníamos al día
siguiente.
La carrera fue realmente increíble,
ver como una localidad se vuelca en su carrera es digno de recalcar,
estamos cansados de ir a carreras con recorridos aburridos que apenas
pisan el centro de la localidad y sacan su carrera a las afueras,
donde no molesten. En Cáceres, fue distinto, la salida y meta en la
plaza Mayor de la ciudad, y los dos primeros kilómetros, a través
del adoquinado de su casco antiguo en un recorrido, incomodo pero
precioso, luego la carrera se abría con largas y anchas avenidas
repartidas en tres brazos, desde donde ibas y venías y te cruzabas
en cada giro con todos tus compañeros villanos, así hasta llegar de
nuevo a la plaza Mayor y comenzar la segunda vuelta.
Fue la primera carrera, desde que era
niño, que lo corría sin reloj, ni Garmin, ni cronómetro, ni nada,
ya que un olvido dejó mi GPS cargándose en casa durante todo el fin
de semana, pero como dice el dicho no hay mal que por bien no venga,
porque el estar sin reloj, me permitió disfrutar de la carrera como
en pocas, corriendo totalmente por sensaciones, disfrutando de la
ciudad de sus calles, de cada kilómetro, de cada cabeza que me
llevaba a la saca y al final al cruzar la línea de meta descubriendo
que las emociones me habían llevado de nuevo a bajar en una media de
1h30.
Después vinieron las felicitaciones,
la comida de despedida en el hotel y el retorno. Un nuevo fin de
semana vivido al máximo, conjugando dos de mis pasiones deporte y
turismo, acompañado de esta gran familia de la que me siento super
orgulloso de formar parte y de Irene, que allí estaba dándome
ánimos como siempre.
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