lunes, 5 de abril de 2021

Semana Santa Manchega


Miguel de Cervantes nos enseñó numerosas frases que están muy presentes en nuestros días, alguna de ellas tiene gran relevancia en estos tiempos de pandemia que estamos viviendo, como la siguiente:

“La libertad es uno de los más preciosos dones que los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”



Así en esta época de privaciones, confinamientos, toques de queda, en los que seguimos sin poder movernos a donde queramos ni cuando queramos, mientras vemos como llegan aviones de franceses a disfrutar de la capital y qué tu teniéndola al lado, llevas tanto tiempo sin tener derecho a visitarla, no te queda otro remedio que aceptar las cosas y valorar que aún si libertad plena, estamos mejor que hace un año, y que dentro de nuestra comunidad autónoma somos libres, (mascarillas al margen) para descubrir hasta las 23h de cada día, aquellos tesoros que encierra la tierra, nuestra tierra, Castilla-La Mancha, que aunque no tenga mar, si esconde lugares con los que seguir acrecentado la aventura de nuestras vidas.




Esta aventura me adentró estos días de Semana Santa, en La Mancha, para recorrer la tierra de los gigantes, acompañado de mi Dulcinea particular, una joven gallarda y alcarreña, que quiso venir en este viaje, a sabiendas de mis locuras, protuberancias y resto de cualidades por las que seguro, este particular Don Quijote debería cobrar subvención. Montados en mi Rocinante, de color rojo, con cierto olor a leche podrida, cicatrices de aventuras pasadas por tierras albaceteñas. No preguntéis por Sancho, no hay Sancho Panza en esta historia, aunque panza si me quedo unos cuantos días más, termina apareciendo porque hay madre como comí.

La primera parada nos llevó a un lugar de la Mancha de cuyo nombre si quiero acordarme, Consuegra, una preciosa localidad toledana, con el limite hacía Ciudad Real, coronada por una sucesión de molinos y un precioso castillo.



Paseamos de un lado a otro, visitamos el castillo por dentro, un par de molinos, saltamos entre gigantes, inmortalizamos para el recuerdo con tantas y tantas fotos. Consuegra un tesoro de nuestra tierra, en el que me sentí libre, un gran punto de partida para el comienzo de esta aventura.

Con la siguiente parada, alcanzamos las Tablas de Daimiel, entre juncos, pasarelas, aves, un Guadiana que aparece y desaparece y el agua de la vida.


Poco después llegaríamos a Ciudad Real, la capital de la Mancha, ciudad que ha sabido aprovechar la figura de Don Quijote y de Miguel de Cervantes en cada rincón, alojados en un céntrico hotel, al lado de la Plaza Mayor, sitio perfecto para patear la ciudad, degustar la cocina manchega, conocer la Catedral de Santa Maria del Prado, la Iglesia de San Pablo, el parque de Gasset o el toque de campanas en cada hora en punto con Cervantes y compañía.



La mañana siguiente, tras visitar el museo del Don Quijote, nos desplazamos hasta Almagro, uno de los pueblos más bonitos de Ciudad Real, que bien recordaba (o no tan bien), en aquella excursión con el instituto, entre vino, corralas y farmacias. En esta ocasión lo disfruté con más calma, su espectacular plaza mayor, el corral de comedias o el claustro del Convento de la Asunción de Calatrava, comer en una terraza de su plaza y disfrutar simplemente del momento es un placer altamente recomendable.





Por la tarde y aprovechando que ahora los días ya son más largos, vistamos el Castillo de Calatrava la nueva, una majestuosa obra, conservada en buen estado, que te permite adentrarte en siglos y siglos de historia, sin duda uno de los mejores castillos que he visitado.




 

Ya el último día y antes de volver a la Alcarria, un último paseo por Ciudad Real, para alcanzar la puerta de Toledo o el edificio de la Diputación, poniendo el broche a unos días fabulosos conociendo un poquito más de Castilla La Mancha.